En la mayoría de países, los dueños de mascotas pueden hacer que sus animales fallecidos sean cremados o enterrados. Pero desde 2017, en Medellín, existe una de las pocas empresas en todo el mundo, Pleia, que fabrica abono a partir de mascotas muertas y emplea los restos para el cultivo de árboles y plantas. Es una forma de tratar con la muerte que podría ser mejor para el medioambiente y que pronto estará disponible para algunos restos humanos.
«Cuando se incinera un cuerpo, se queman combustibles fósiles y se emite carbono a la atmósfera”, explica Daniel Correa, cofundador de Pleia. Además, «cuando entierras un cuerpo puedes contaminar las fuentes de agua subterránea”.
Diversos estudios han demostrado que los entierros humanos pueden contaminar el agua subterránea con bacterias patógenas y productos químicos como el formaldehído. Asimismo, algunos ataúdes también contaminan el suelo con barniz.
El compostaje, sin embargo, significa que los restos mortales pueden dar lugar a «una fuente de nutrientes para alimentar un nuevo ciclo de vida”, señala Correa. Lo esencial del concepto de Pleia es cambiar la actitud hacia la muerte, a no «percibir el cuerpo como algo de lo que hay que deshacerse”.
Sin embargo, el compostaje es todavía nuevo entre las empresas funerarias de mascotas. Pleia, llamada así por una constelación de estrellas, es la única compañía en Colombia que ofrece este servicio.
Las mascotas muertas son enterradas por separado en pilas rectangulares de tierra y virutas de madera de unos 90 cm de largo. Para acelerar la descomposición, los cuerpos son primero rociados con un líquido transparente que contiene bacterias cultivadas en las propias instalaciones de Pleia.
Las astillas de madera ayudan a absorber los fluidos corporales, según Correa, y el calor dentro del invernadero y el suelo permite a las bacterias «hacer su trabajo”.
El suelo también evita que se generen malos olores. Los trabajadores revisan de vez en cuando las pilas para comprobar lo rápido que se descomponen los cadáveres. Un perro o un gato tarda unos dos meses en convertirse en abono.
Correa fundó Pleia con su colega veterinaria Melissa Naranjo. Ambos colaboraron en una tesis doctoral que investigaba opciones sostenibles para deshacerse de los cadáveres de animales.
«Este fue nuestro proyecto de tesis en la universidad, pero queríamos darle un uso real”, explica Correa, quien se graduó en medicina veterinaria en la Universidad CES de Medellín en 2015.
La empresa tiene ahora diez empleados y recoge unos 200 animales cada mes en Medellín, cobrando a los clientes entre 50 y 150 dólares por el compostaje. Los precios varían según el tipo de servicio y el peso de la mascota.
Los clientes pueden hacer que los restos de sus mascotas se utilicen para cultivar árboles en el jardín conmemorativo de Pleia, el Jardín de la Vida; o bien pueden comprar plantas en maceta, fertilizadas con los restos de su mascota, que se entregan en sus casas.
La segunda opción es la más popular. De modo que hasta ahora, el pacífico jardín tan solo alberga una pequeña colección de árboles. No obstante, también se celebran sesiones de terapia de grupo para los dueños de mascotas en duelo, dirigidas por Jorge Zapata, psicólogo especializado en duelo.
«Las mascotas se han convertido en miembros cada vez más importantes de las familias”, dice Zapata. «Lo que intentamos es proporcionar a estas mascotas una despedida que refleje la importancia que tuvieron para estas familias durante sus vidas”.
Para ahorrar en costes de eliminación, así como por razones ambientales, granjeros de Estados Unidos y Europa llevan varios años fabricando abono con el ganado muerto. Para ello, lo entierran entre grandes montones de madera o tierra durante varias semanas hasta que los restos se descomponen.