El fin de semana pasado murió el juez Juan Manuel Mejía, quien contra todo pronóstico vivió por más de cuarenta años y se educó en derecho penal hasta llegar a ser jefe del Juzgado 2° Penal Municipal de Yopal. Estaba labrando su camino para ponerse la toga de magistrado.
La última canción que el doctor Juan Manuel Mejía le dedicó a su papá, el también juez Roberto Mejía, fue El Gran Señor de Reynaldo Armas, una canción llanera que innumerables padres de familia seguramente han escuchado en agradecimiento. La reunión fue el pasado sábado 21 de agosto, en una fiesta de los Mejía Estupiñán, un día antes de que el juez Juan Manuel Mejía falleciera por complicaciones respiratorias y dejara ausente el Juzgado 2° Penal Municipal de Yopal.
Verlo en el Juzgado, según cuentan quienes asistieron a sus audiencias de control de garantías, era impresionante. No solo por su evidente condición física, que le impedía respirar con normalidad, si no por la voz que, curiosamente, se desplegaba con potencia de unos pulmones que necesitaban asistencia artificial. El doctor Juan Manuel Mejía llevaba casi tres años a cargo del Juzgado, donde daba su visto bueno a las capturas y allanamientos de la Policía, permitía la imputación a señalados de cometer delitos, enviaba a la cárcel a quienes consideraba peligrosos para la sociedad y conocía de las tutelas de quienes, en la capital de Casanare, sentían violentados sus derechos fundamentales.
El juez Mejía nació el 13 de octubre de 1979 en Duitama (Boyacá). Decir que tenía 42 años sería un dato poco relevante en un perfil, si no fuera porque los médicos les dijeron a sus padres que había pocas esperanzas de que superara la niñez. Cuando Mejía cursaba sus ocho años, como lo cuenta su hermano Germán Alberto Mejía, la diferencia con los otros niños se hizo irreversible. Dejó de correr como la mayoría lograba y su crecimiento se vio mermado por el síndrome de Melchior Clausen.
“Se empezaron a ver los síntomas jugando, se le dificultaban las cosas que hacían normalmente los otros niños. Empezar a caminar fue un poco más demorado. ¿Qué fue pasando con él a medida que creció? Tenía muy corta estatura y su caja toráxica no se le desarrolló, pero su corazón y sus pulmones, sí. A medida que fue desarrollándose fue formándose una competencia en la parte interior de los órganos. Eso le generaba una asfixia y el corazón sufría”, le dijo Germán Alberto Mejía a El Espectador.
Juan Manuel Mejía fue escalando de logro en logro, a la par de la mirada de los curiosos. Con la frente siempre en alto se graduó de bachiller y siguió los caminos de su padre, Roberto Mejía, quien es abogado egresado de El Externado y autor de un libro que, según la familia, ha pasado por los ojos de estudiantes de Derecho. La meta del doctor Juan Manuel Mejía fue imitar en lo que más pudiera a su padre, un “gran señor” como lo dice la canción de Reynaldo Armas y uno de los primeros jueces de Yopal, en la década de los sesentas.
El juez Mejía quiso iniciar su carrera de Derecho en El Externado, una de las más grandes escuelas en la materia en Colombia. Sin embargo, no podía competir contra la pendiente que le tocaba pasar para llegar a La Candelaria, en Bogotá. Por tanto, optó por inscribirse en la Universidad Santo Tomás de Tunja, que además quedaba mucho más cerca de su natal Duitama. Ahí se graduó de Derecho. Cuando le dieron el diploma, fue el día más feliz de su vida. “El día que se graduó, que lo llevamos al centro de convenciones en Paipa, ese día estuvo muy feliz. Y soñaba con ser magistrado”, le dijo a este diario el pensionado juez Roberto Mejía, padre de Juan Manuel.
Mientras encontraba su norte, el juez Juan Manuel Mejía trabajó en el Tribunal Superior de Santa Rosa de Viterbo y en la Defensoría del Pueblo. Siendo representante de centenares de familia, entendió que lo suyo era defender las garantías de los derechos fundamentales en Colombia. Y, como no quería quedarse con la espinita de ser “externadista”, inició su especialización en Derecho Penal en El Externado, con la ayuda de un conductor que lo llevaba hasta cerca de los cerros orientales. En 2018, se presentó a un concurso para ser Juez de la República, quedando seleccionado para ocupar la jefatura del Juzgado 2° Penal Municipal de Yopal.
El fiscal 32 seccional de Yopal, Rodrigo José Díaz, estuvo frente a frente con el juez Mejía centenares de veces. A su estrado, Díaz le llevó procesados que podrían ser vinculados a investigaciones penales, en una región donde los hurtos y los homicidios son el sol de cada mañana para los funcionarios de justicia. El fiscal Díaz cuenta que Mejía era reconocido por ser un juez garantista y que su trabajo anterior como defensor público le dio aire para proteger, sin descanso, los derechos fundamentales de los ciudadanos.
“Era un juez justo, un buen juez. Independientemente, uno cuando llega tenía la expectativa por sus condiciones. Uno hablaba con él y se daba cuenta que tenía un tono de voz fuerte. El cuerpo no tenía nada que ver con la voz. Él fue defensor público y había estado del otro lado de la baranda, era muy analítico, las intervenciones de él eran largas porque analizaba mucho los derechos fundamentales.”, le dijo a El Espectador el fiscal Rodrigo Díaz, quien además es presidente del sindicato Asonal Judicial en Casanare.
El fiscal Díaz cuenta que tuvo su último par de audiencias con Mejía el pasado viernes 20 de agosto, cuando intentó procesar a dos sujetos, cuyos nombres deben omitirse, por ser procesados como personas ausentes. Mientras el fiscal consideró que ya podía someterlos a la justicia, a pesar de que las autoridades no los tuvieran localizados, Mejía sentó posición y obligó a la Fiscalía a recurrir a nuevas diligencias para hallarlos. “Él dijo: hace falta insistir más en unos reportes que había sobre actuaciones que tenía en otros juzgados, hace falta insistir más en unas líneas telefónicas”, recuerda Díaz.
Martha Angelina Hernández, fiscal seccional de Yopal, agrega que las audiencias con el juez Mejía eran largas, pues el jefe del despacho debía tomar descansos. Como su familia se lo confirmó a este diario, desde 2015 había perdido uno de sus ojos en una intervención médica, por lo cual debía leer inagotables archivos, día tras día, con solo la mitad de su vista. “Nunca escuché una queja por parte de él. Desde que lo conocí y tenía contacto con él, desde el mismo instante lo saludaba a uno con una sonrisa implacable. Ya con eso, el día le sonreía a uno”, concluyó Hernández.
El juez Juan Manuel Mejía trabajó hasta el último día de su vida. El pasado sábado 21 de agosto, fue asignado a una audiencia de conocimiento, por un caso que iba a prescribir. “El doctor quiso hacer esa audiencia para adelantar un juicio oral. La sorpresa mía fue el domingo, porque abrí el correo temprano a ver si había llegado algo, pero no había nada de garantías. Durante la mañana la secretaria me llamó y me dio la mala noticia. Me dio mucha tristeza porque siempre compartí con él”, le dijo a este diario Yaneth Desalvador, citadora del Juzgado 2° Penal Municipal de Yopal.
Juan Manuel Mejía murió en la madrugada del 22 de agosto pasado. La noche anterior, la familia entera estaba festejando el cumpleaños de uno de los hermanos del juez. “Ese día estuvo muy muy feliz. Nos expresó a cada uno y en especial a mis padres que él vivía muy orgulloso y que nos daba gracias por ese apoyo que siempre le habíamos dado en la vida. Porque lo habíamos respetado como persona. A él le ofendía sentirse inferior, nunca agachó la cabeza”, concluyó su hermano Germán Mejía. Y así, dejó de respirar el gallardo juez Mejía, quien le entregó el último esfuerzo al juzgado casanareño y el último aliento a su padre, su más grande ejemplo.
Fuente: El Espectador
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