A inicios de 2008, recostado en un chinchorro y sin poder dormir por la emoción de una buena corazonada, Francisco Sandoval decidió que no podía esperar hasta el día siguiente para decirle a Pedro Rojas, trabajador de su fundo Guanarito, ubicado en Casanare, que seguiría su consejo de comprar uno más grande, con muchas más expresiones de la vida natural de la Orinoquia. Era el momento preciso para aventurarse, y por eso tampoco quería esperar hasta el amanecer para encomendarle la tarea de encontrar el fundo ideal.
“Iban a ser las 2:00 a.m., así que me levanté, le empaqué comida, le di dos caballos y le dije: Pedro, usted que conoce el Llano y quiere la naturaleza, váyase y me encuentra una sabana de las que me gustan”, recuerda Sandoval, exsecretario de Agricultura y Medioambiente de Casanare. Rojas obedeció y, tras una búsqueda intensiva, apareció ocho días después con la buena nueva: a casi 50 km de Guanarito, en el municipio de Hato Corozal, estaba Raudal de Flor Amarillo, un terreno de casi 900 hectáreas que nadie había querido comprar, pero que con seguridad —decía Rojas— estaba hecho a la medida de Francisco.
Conversaron toda la noche sobre cómo esas sabanas inundables, esteros, caños, cañadas y raudales —que conformaban la mayoría de ecosistemas de Flor Amarillo— habían espantado a posibles compradores porque “eran inservibles” para la ganadería a gran escala, mientras que para Francisco eran un paisaje promisorio para la conservación. “Y así lo confirmé el día en el que lo conocí, entonces quise comprarlo antes de que cayera en manos de un guate. ¿Sabe qué es un guate? Un foráneo, alguien que no tiene el apego ni la misión que tenemos los llaneros con nuestra tierra”, confiesa entre risas.
Para explicar esa misión, “Pacho”, como lo llaman sus amigos, se remite a sus días de infancia, en los que descubrió que poner atención a las manifestaciones de la naturaleza era la clave para descifrarla y, por supuesto, para entender la importancia de protegerla. “Aprendí que, de las aves, los tautacos avisaban la hora para ir a dormir; los chicuacos decían cuándo había una culebra cerca; y los alcaravanes alertaban sobre la presencia de depredadores o intrusos en el hato. Esas fueron mis primeras bioconexiones, sinergias que siempre he tenido con los animales, el bosque, la brisa, el agua, el suelo y las plantas. Por eso digo que es más fácil comprender al resto de la naturaleza que al hombre”.
Cuando se iniciaba como secretario departamental de Agricultura y Medioambiente (2011), Sandoval ya tenía en Raudal de Flor Amarillo un sistema de “ganadería holística”, el término que utiliza para referirse a la producción justa, en la que los equinos y los bovinos comparten los predios de manera armoniosa con especies como chigüiros y venados, mientras todos aprovechan recursos nativos como las pasturas y coberturas vegetales.
“Todos comen y duermen a la hora que quieren. Tenemos casi dos hectáreas por cabeza de ganado. Eso en términos de ganadería convencional no es nada, es perder plata y tiempo, pero mi filosofía está basada en tomar los recursos de la naturaleza con equidad”, asegura, convencido de que los seres humanos tienen la responsabilidad de producir sin deteriorar.
Sobre la labor de Francisco, Alonso Correa, docente de la facultad de Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional, dice que no solo ha sido esencial para proteger la exuberancia natural de la región, sino también para promover la supervivencia de las costumbres llaneras. “Allí hay una profunda identidad y amor por las tradiciones. Pacho ha tejido redes con los vaqueros y dueños de hato para hacer investigación ancestral y colectiva”.
Las investigaciones que menciona, son las que allí se han adelantado para el rescate del caballo criollo de vaquería y las especies de ganado propias de los Llanos; las especies forrajeras nativas, como el pasto guaratara (Axonopus purpusii); y las matas de monte, bosques de galería y morichales. También, para comprender las dinámicas de las aguas subterráneas de las sabanas inundables.