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Los malos recuerdos del conflicto armado en Colombia – HISTORIA

Cuando el Soldado Profesional Jerson Olivos escuchó la detonación, hacía solo contados segundos que el puntero y el Cabo Hoyos habían pasado por ese insospechado montículo en el suelo que ahora, como una erupción súbita y aniquilante, hacía estremecer y levantar por los aires la porción de tierra plana araucana que su bota negra acababa de pisar.

Lo único que pidió al cielo claro que tenía encima de él antes de abrir los ojos, fue que pudiera ver. Y lo que abrió los ojos, fue mirar el camuflado colgando de las ramas de un árbol que le daba sombra. Su pierna ya no la sentía. Su madre era lo único que pasaba por sus pensamientos.

Ella no quería que él siguiera en el Ejército desde que huyeron de la finca, pero su abnegado valor de soldado nato se impuso. Y es que no había sido nada fácil para ella, ni para su padre, ni para su hermano Wilson que habían tenido que salir una tarde de su finca perseguidos por las amenazas de unos elenos revanchistas que venían buscando venganza por duros golpes dados en tiempos en que patrullaba el Casanare. Tampoco fue fácil para Jerson, quien tuvo que conocer el exilio de su familia desde la distancia del servicio.

Fueron a parar a Bogotá, pero nunca se sintieron acogidos en su fría inmensidad. Wilson entonces se vio frente de a una familia atrapada en la vorágine del destierro. Pronto, sus inquietudes sociales despertaron y comenzó a vincularse a iniciativas de educación y atención en zonas marginadas de la capital, comenzaba a descubrir una vocación, a la vez que sus padres reclamaban regresar a su verde tierra llanera.

Siguiendo con sus sueños y convicciones, regresó con sus padres al Casanare indómito que lo había visto nacer, esta vez con un sin número de ideas y aprendizajes tras los duros años de ausencia. La más importante: trabajar por la conservación ambiental de su territorio. Con tesón y esfuerzo ha logrado sacar adelante a Hoy es tiempo de sembrar, una fundación ambiental de creciente reconocimiento y prestigio en la región.

Los pasos de Jerson y Wilson se volvieron a cruzar cuando el “accidente” (como lo llama Jerson) de la mina. Para nadie fue más devastador que para la madre, pero nadie lo ha sentido más que Jerson, quien ahora lucha una guerra muy lejana y ajena al área de operaciones: una guerra por la supervivencia diaria, de mil batallas contra el desempleo y la ausencia de oportunidades. Esa misma guerra que siempre ha luchado el colombiano común.

Ahora sueña con cosas muy distintas de cuando era niño en la finca de sus padres, sueña con estudiar y capacitarse para afrontar esa lucha cotidiana por el mañana. Mecánica automotriz o gastronomía: oficios diferentes pero que despiertan su pasión, esa misma pasión que se enciende en sus ojos cuando habla de su Ejército, y recuerda los tiempos de servicio, de compañerismo, de caminar, trasnochar y madrugar. Todo lo extraña muchísimo.

Ambos hermanos representan los rostros de militares y civiles que vivieron con la misma crueldad, pero desde experiencias distintas, el rigor de un conflicto fratricida; ambos representan también, la voluntad de resiliencia de una sociedad devastada. De transformar el dolor por una nueva esperanza, el resentimiento por el servicio al prójimo, de darle un nuevo rumbo a su caminar trastocado por la guerra.

Por. Nicolás Malagón – Wilson Coba

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