Ante el anuncio dado por la nueva ministra de minas del gobierno de Iván Duque, sobre la posibilidad de autorizar el “fracking” en Colombia, damos a conocer a ustedes una serie de pronunciamientos a favor y en contra de dicha iniciativa; hoy les presentamos una columna escrita por Francisco José Lloreda, presidente de la Asociación Colombiana del Petróleo, publicada en la página de dicha entidad.
Defender el fracking se ha convertido en herejía. Quien se atreva a señalar los beneficios que traería al país corre el riesgo de ser tildado de enemigo del ambiente en la hoguera mediática y digital. La sola palabra causa rechazo o prevención y con frecuencia se asumen posiciones sobre el tema con información precaria o sesgada. Y la que debería ser una discusión técnica e informada, se ha convertido en emotiva e incluso se ha politizado.
El petróleo y el gas no se generaron donde usualmente se encuentra (trampas geológicas). Ocurrió a mayor profundidad en lo que se conoce como “roca madre” o “generadora” y, a través de millones de años, ascendió acumulándose en yacimientos convencionales. Pero no siempre el hidrocarburo migró; solo el que estaba atrapado en rocas porosas lo hizo. Al resto, que continúa en la roca madre, se les denomina Yacimientos No Convencionales.
Un ejemplo es la formación La Luna, que se encuentra en el Magdalena Medio y Venezuela. En el vecino país la roca era porosa y el hidrocarburo ascendió en grandes volúmenes; en Colombia, no. Venezuela tiene 300.000 millones de barriles de reservas, nosotros 1.782M; a ellos les alcanza para 230 años, a nosotros para 5,6 años. Por ser la misma formación, es probable que haya petróleo y gas atrapado en el lado colombiano.
Y la manera de comprobar su existencia es explorar utilizando fracking, una tecnología de estimulación similar a la que se ha usado en muchos yacimientos convencionales en Colombia. Con esta se desciende hasta la roca generadora y se perfora de manera horizontal. Luego, con agua a presión, arena y aditivos, se crean microfisuras en la roca para facilitar que el hidrocarburo que está atrapado salga de manera controlada a la superficie.
Teniendo clara esta técnica, su discusión tiene principalmente tres dimensiones: ambiental, económica y de seguridad energética. Respecto a la primera, existen inquietudes principalmente sobre su impacto en el recurso hídrico. Preocupa, por ejemplo, si es posible que contamine los acuíferos, y si dado el volumen de agua que se requiere para fracturar la roca, podría dejar sin agua otras actividades.
Si bien el fracking requiere un volumen importante de agua al inicio, es necesario ponerlo en perspectiva. Para fracturar un pozo se necesita, por ejemplo, el equivalente a regar un campo de golf al mes; y esa agua, una vez fracturada la roca, se extrae y se reutiliza en la perforación de los siguientes pozos. Y en el
orden de prelación de acceso al recurso hídrico, la industria de hidrocarburos es de las últimas en el uso de este recurso.
Algo similar ocurre con otras inquietudes, muchas de ellas válidas, dado el poco conocimiento que existe del tema y, hay que decirlo, la desinformación deliberada que algunos lideran. Es así que el riesgo de contaminar un acuífero –por rompimiento o fisuras en el tubo- es muy bajo y, salvo casos puntuales, por fallas geológicas cercanas– el proceso no causa un riesgo sísmico. La otra dimensión es económica y de seguridad energética. El marco fiscal parte de una premisa que no está garantizada: una producción sostenida de 860.000 barriles/día, que con las reservas actuales y los campos maduros en declinación, es un imposible. La única manera es doblar las reservas para tener de donde producir, salvo que encontremos un equivalente a lo que fue Cusiana, es desarrollando los yacimientos no convencionales. Lo anterior, si el país desea seguir siendo autosuficiente en hidrocarburos y tener excedentes para exportar.
La otra opción es que la industria decline en producción, terminar importando petróleo y gas –seguramente a precios más altos–, trasladarles a los colombianos vía impuestos lo que aporta el sector a las finanzas públicas o disminuir significativamente la inversión pública, pues no es fácil reemplazar la renta petrolera.
La buena noticia es que no hay que escoger entre fracking o agua, pues, como lo dice la Ministra de Minas y Energía, es factible hacer uso de esta técnica de manera responsable y segura. Los riesgos, propios de toda actividad humana, están claramente identificados y se pueden prevenir.
De ahí la necesidad de realizar una discusión informada sobre el tema. Infortunadamente, a muchos se les ha hecho creer que deben escoger entre agua y petróleo y que el fracking es un destructor de fuentes hídricas, sin ser cierto. Y dada la sensibilidad que despierta, toca el tema ambiental –que a todos nos debe importar– se convirtió en un caballito de batalla político, acentuado por la desinformación en algunos medios.
Colombia lleva cerca de diez años tratando de iniciar la perforación exploratoria para validar si es cierto o no que hay petróleo y gas atrapado en las rocas generadoras, con una de las regulaciones más estrictas del mundo. ¿No es hora de realizar un análisis serio, informado y técnico sobre el tema, cuando está de por medio la autosuficiencia en petróleo y gas, la sostenibilidad fiscal, y la oportunidad de generar más desarrollo económico y social para todos los colombianos?
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