Dos de los ejemplos más conocidos se relacionan con el uso de la hidroxicloroquina y la ivermectina para tratar el COVID-19. El primero se incluyó en el ensayo clínico “Solidaridad”, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), adelantado para investigar el funcionamiento de estos fármacos en el tratamiento de la enfermedad. “Sin embargo lo que se entendió era que sí servía, y la gente salió desesperada a comprarlo, causando desabastecimiento que la Asociación Colombiana de Reumatología puso en evidencia, pues este se utiliza para tratar la artritis reumatoidea”, destaca la doctora en Farmacia de la Universidad de Santa Catarina (Brasil).
En su concepto, “el segundo fue mucho más grave, pues los resultados que se difundieron fueron de ensayos in vitro (no en humanos) y la forma en que se transmitió la información dio a entender que la ivermectina servía para prevenir y curar el virus. De nuevo las personas salieron desesperadas a comprarlo, y al terminar con el de uso humano empezaron a consumir el de uso veterinario”.
“Se alcanzaron a consumir formulaciones para grandes animales por las expectativas generadas por los medios de comunicación”, agrega la profesora del Departamento de Farmacia.
Señala además que el único medicamento que ha servido en pacientes en estados críticos ha sido la dexametasona, la cual no sirve para prevenir y tratar tempranamente el virus, sino que “contrarresta los efectos inflamatorios que este genera a nivel pulmonar, pero no existe un fármaco que ataque directamente al virus”.
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