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Y ahora, ¿conmoción interior?

Por: Cecilia Orozco Tascón, publicado en El Espectador, mayo3 de 2021

¿Qué sigue? La semana negra de Iván Duque con miles de manifestantes pacíficos que marcharon en municipios y ciudades; centenares de jóvenes estudiantes que tocaron sus tambores; decenas de familias que dejaron oír el estruendo de sus cacerolas; turbas de personas iracundas que destrozaron, incineraron y saquearon lo que encontraban a su paso, y agentes armados hasta los dientes por el Estado para agredir, herir o matar a quien los confrontara; esa primera semana negra de Duque ¿terminó con el retiro (temporal) del proyecto de reforma tributaria y con su advertencia de enviar a los soldados a las calles para repeler a los civiles con mayor fuerza que los policías? La semana negra del uribismo encarnado en Duque ¿se diluye con la pretendida renuncia de Carrasquilla, el también ministro de Hacienda del entonces presidente Uribe? ¿O concluye con la reunión, en la Casa de Nariño, con la secretaria de Uribe, doña Nubia Stella Martínez, la “directora” que puso Uribe para su partido, y con los liberales, los conservadores, los de la U y los de Cambio Radical, o sea, con los mismos conservadores y liberales pero con nombres diferentes?

El caos que vive el país en esta segunda semana de protestas a las que se han sumado sectores inconformes, como los camioneros que bloquean carreteras e impiden el abastecimiento de Cali y de más centros urbanos, no se disolverá con “consensos” palaciegos del Gobierno con la clase política tradicional que ya no representa a nadie.

 Entre tanto, el presidente bisoño, débil y poco sagaz parece seguir enconchado, negando la crisis que se agrava cada día. Es angustioso ver al mandatario ante las cámaras hablando del retiro del proyecto de reforma tributaria o de la activación de la “asistencia militar” (con el comandante del Ejército, en traje de fatiga, tras él) sin aludir al paro. Como si viviera en otro país. Hasta sus copartidarios lo abandonan. Hay que oír al oráculo de la extrema derecha, Fernando Londoño, en sus peroratas mañaneras, despotricando de Duque con menos consideración que antes. No es nada: Londoño también le echa las culpas de la mala hora del uribismo a Uribe. Ver para creer.

Colombia está en el peor de los escenarios: al final de un mandato presidencial mediocre, con una revuelta social sin control ni norte, con un jefe de Estado que perdió el poder de maniobra y a contados meses de las elecciones generales. La tormenta perfecta, dirían algunos, pero… ¿perfecta para quién? Un poco de historia cae bien. Primer recuerdo: en cuanto se posesionó el Gobierno de Uribe Vélez, año 2002, el nuevo mandatario planteó “el grave problema de las finanzas públicas y los desequilibrios sociales”. Apenas empezaba la discusión en el Congreso sobre la reforma tributaria que proponía, cuando el presidente, argumentando la necesidad de obtener recursos financieros de manera rápida, decretó la conmoción interior. Es decir, el estado de excepción contemplado en la Carta Política para casos de grave emergencia. Sobra decir que su reforma fue aprobada. Segundo recuerdo: hace exactamente dos años, en mayo de 2019, sucedió algo raro: la JEP ordenó dejar libre a Santrich que estaba preso a pesar de que se había acogido al Acuerdo de Paz.

El nefasto fiscal Martínez Neira, que había procurado tener al guerrillero en la cárcel, renunció, en un acto teatral y falso. Los momentos de tensión entre la JEP, de un lado, y el gobierno Duque y el fiscal general, del otro, fueron públicos. Pero se mantuvo en reserva que Duque —impulsado por Martínez Neira y por Uribe Vélez, según testigos presenciales— contempló la posibilidad de decretar estado de conmoción interior para poder extraditar a Santrich contra el mandato de la JEP. Funcionarios y abogados consultados sobre la constitucionalidad de ese acto impidieron que se ejecutara.

Hoy, Duque, más débil que nunca, continúa dominado por Uribe y por Martínez Neira. Hoy, Duque, secundado por Uribe y Martínez Neira, puede aducir grave perturbación del orden público. Hoy, el debilucho presidente de la República decretaría, a plena satisfacción, el estado de excepción. Y también podría pensar en suspender las elecciones. Al final, él se quedaría uno o dos años más, justo lo que vienen planeando quienes saben que el uribismo no volverá a ganar, si la contienda se realiza en franca lid.

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